Cuando te decides a opositar sabes que el camino será duro y que tienes que dar el cien por cien de ti. Los primeros meses de estudio sueles estar más motivada, puedes incluso sentir cierta emoción de ir viendo como, poco a poco, vas teniendo progresos en esa Ley que empezaste sin entender ni una palabra. Todos los que están a tu alrededor te apoyan y te animan en tus primeros pasos.
¡Te sientes fuerte!
Pero la realidad, tras este subidon de primerizas opositoras, es que existen mil y un momentos de dudas y de luchas internas. Por mucho que cuentes tus miedos, tus dudas y tus contradicciones a los que están cerca, lo cierto es que eres tu misma la que tienes que ir eliminando pensamientos negativos de tu cabeza. Nadie hará ese trabajo por ti, aunque te aconsejen y te ofrezcan su hombro para los momentos bajos.
Visualiza. Piensa por qué has llegado hasta aquí
En mi caso, la academia donde me preparaba estaba cerca del que podría ser mi futuro lugar de trabajo. Una vez a la semana, cuando me dirigía por ese camino y veía el edificio, me daba un subidón de un qué sé yo que hacía que lo viese todo de otra forma. Esa fue mi manera de visualizar la recompensa, ver como otros estaban allí, que lo habían conseguido, y que seguramente habrían pasado por los mismos momentos de frustración que yo. Ese pensamiento me ayudaba a llegar a la academia convencida de que yo, ese año, tenía que conseguir una plaza.
Mi consejo es que cuando tengas esos momentos en los que no sabes qué estás haciendo, si realmente merece la pena tanto esfuerzo y si estás realmente haciendo lo correcto, es que pares y pienses por qué tomaste la decisión de opositar.
¡Seguro que enseguida las cosas positivas pueden con las negativas!
Y, si aún así sigues teniendo dudas, date un respiro y vuelve con fuerza. Porque cuando las cosas se hacen a medio gas, se obtienen resultados a medio gas. Y así no funciona una oposición.
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